Por Licenciada en Nutrición Jésica Cruz
M.P. 1530/2
Cuando de educación se trata, el estómago no conoce modales, ya que si no lo llena de inmediato, emitirá una señal sonora llamada “ruidos abdominales o borborigmos”. Estas son simples contracciones musculares que se producen cuando se comprime el aire existente en el tracto digestivo cuando está vacío.
Es sumamente importante saber distinguir la diferencia entre “hambre” y “apetito”. El primero tiene que ver con las ganas que viene de comer como respuesta de señales que manda nuestro propio cerebro ante la necesidad de incorporar energía o algún nutriente. Es una necesidad fisiológica vital, que ni se puede ni se debe reprimir. Mientras que el apetito es más subjetivo. Implica el deseo de comer por placer, en el que intervienen factores como olores, sabores, aspectos y presentación de platos (lo que vemos), que estimulan la mente para fomentar una necesidad, la de comer, “que en realidad ya estaría satisfecha”.
Mientras podamos responder al hambre y no tanto al apetito es más fácil mantener una ingesta adecuada y equilibrada de los alimentos, como así también un peso más saludable.
Por eso cobra importancia la idea de “Pensar al comer”, ya que de este modo no sólo se podrá tener noción de los verdaderos sabores, aromas y texturas de las comidas sino que también se logrará crear un recuerdo cerebral de lo que realmente necesitamos para sentirnos satisfechos.
¿Cuáles son los beneficios de comer pensando?
– Aumenta el placer de comer: al poner todos los sentidos en funcionamiento se logra descubrir el verdadero sabor de los alimentos.
– Ayuda a controlar la porción: comer de manera más pausada permitirá al cerebro registrar la ingesta y de esta manera avisarnos cuando estamos satisfechos, incluso antes de terminar el plato. De este modo también será más fácil controlar el peso.
– Genera un recuerdo anti-hambre: lo cual permite distinguir entre la sensación de hambre y saciedad, al mismo tiempo que se evitan los episodios de picoteo.
Técnicas para comer pensando
– Activar todos los sentidos: observe, huela, mastique, saboree bien los alimentos. Dedíquese unos minutos exclusivamente a alimentarse y no se distraiga con la tv, música u otras actividades.
– Imaginarse comiendo: preste atención a cada bocado.
– Sentir el recorrido de la comida y seguirlo: del plato a la boca, recorriendo todos los recovecos de la misma, luego se traga, baja por esófago y finalmente al estómago. Como en el GPS, los caminos más rápidos no siempre son los mejores.
– Bajar la guardia: tras cada bocado mastiquen no trague, deje los cubiertos a un lado. Recuerde que al cerebro le lleva aproximadamente 20 minutos para comenzar a detectar el ingreso de alimentos, por lo tanto si come más lento, la señal llegará a tiempo y por ende comerá menos y además la digestión será mejor.
– Masticar: Enfocarse en el proceso de masticación, logrando una consistencia blanda y uniforme. Masticar bien no sólo nos proporciona placer, sino que implica una serie de beneficios en el conjunto de nuestro organismo de los que no somos conscientes.
– Concentrarse en el plato: Servirse la porción adecuada a sus necesidades y no tener toda la comida sobre la mesa, evitando así servirse más de la cuenta.
– Evitar tener a mano alimentos que tienten: si hay alimentos cuyo consumo se hacen difícil de controlar, lo mejor es no comprarlos o no tenerlos a la vista. La visión es uno de los sentidos que más estimulan la ingesta junto con el olfato.
“Comer con los sentidos puede ser más útil para cuidar su peso de lo que imaginaba”
¡Póngalo en práctica y disfrute más de sus comidas!